- ¿Es cierto que la muerte de las ideologías y, sobre todo, el hundimiento del marxismo dejaron en la cuneta del vacío a muchos escritores? ¿Te afectó este fenómeno?
- He pensado alguna vez que, a partir de los 80, para algunos, hubo ese boom de Libertad soñada y al amparo de ella nace una nueva forma de hacer cultura, la famosa movida madrileña y otras… Lla música, el cine, todas las artes se sacuden de aquel inmovilismo gris, pero no todo vale.
Cuando el marxismo se aparca, se aparcan, muchas cosas. Entre ellas, el sentido de vivir en comunidad más solidaria y justa. Aparecen los nuevos yupis, los tecnócratas. Las reformas educativas dieron al traste con las humanidades y dieron paso a la ley del mínimo esfuerzo. Algún político dijo, por entonces, que España era el país donde más fácilmente se hacía uno rico… Debía de decirlo, por lo de atrapar dinero, que no bagaje cultural y educativo; mira el puesto en que andamos ahora en los baremos sobre educación.
- En tu obra como en tu pensamiento confluyen, en pie de igualdad, dos corrientes que muchos estiman antagónicas; por una parte, la filosofía del materialismo dialéctico y por otra un cristianismo próximo a la llamada teología de la liberación. ¿Podrías explicar las razones de esta coexistencia?
- En los años en que discutía y leía el materialismo dialéctico, siempre iba quedándome atrás; y digo esto porque en mi formación, como muchos de lo de nuestra generación, nos educaron familias Cristianas; otros, además, como en mi caso, estudiamos en colegios religiosos, lo que no me impidió cuestionarme muchas cosas, pero no perdí la fe en Jesucristo. Así pues, no llegue al ateísmo. Tengo muy buenos amigos no creyentes, esto no me lo impide; soy practicante en mi fe y procuro vivirla en comunidad. Ya por aquellos años iba a la iglesia del Perpetuo Socorro, donde nos reuníamos la Plataforma Democrática y otros grupos; ahora sigo allí, en comunidad.
Creo que la mejor caridad consiste en luchar por la justicia social y el mejor discurso sobre ella , El sermón de la montaña o de las bienaventuranzas. No puede haber paz sin justicia social.