- El libro parte de una anécdota particular (la pérdida de la memoria, a causa de la enfermedad de Alzheimer), para irse después proyectando el aliento de la voz lírica a temas mucho más universales: la pérdida de la memoria colectiva y el olvido de las propias raíces. ¿Casualidad, preocupación, oportunidad… o responde tu poesía a una visión del mundo previamente elaborada?
- En un principio, el libro lo voy escribiendo con dos vehículos que van sosteniendo el tema que me ocupa, la Tierra y la madre.
La tierra es el lugar donde vives tus primeros años, donde se construye tu lenguaje, donde te ubicas, en este caso, aquella casa donde vivían mis abuelos, en contacto con la naturaleza, en aquellos años 50, en un pueblo pequeño de la provincia de Segovia, Allí se vive de la agricultura, trabajo que une y vincula al hombre con Gea, su segunda o su primera madre y de todo cuanto lo sostiene, desde la mitología griega, para explicarse el hombre, desde el caos en el que surge.
Ese hombre, a partir de los años 60 abandona los pueblos, se traslada a la ciudad, al asfalto y pierde esa frescura e inocencia que aporta el contacto directo con la tierra. La maquina facilita su labor en el trabajo, pero se endurece, se precipita hacia esta sociedad, de consumo y cómoda que nos hace perder la memoria del esfuerzo y la solidaridad de la comunidad. Para mí un mundo menos humanista, en el que el hombre se convierte en instrumento de uso y de consumo. Se hace cada vez más individualista. Se aleja de la naturaleza, la usa y la destruye.
- La poesía de Maribel Tejero entronca, en cualquier caso, con los autores éticos: Otero, Celaya, Leopoldo de Luis… o con esa variante moderna que suele denominarse poesía de la conciencia. ¿Estás de acuerdo con estas afirmaciones? Y, en todo caso, ¿cuáles son tus raíces literarias?
- Tu, querido amigo, lo sabes bien: bebí fundamentalmente, como toda mi generación -amén de otros y los clásicos-, de la generación del 27, aparte de Machado; mi querido abuelo, maestro de Enseñanza primaria, tuvo la suerte de ser alumno suyo, allí en Segovia y con él aprendí a decir sus poemas. Neruda, siempre me acompaña y Blas de Otero.
La poesía es un arma cargada de futuro, decía Celaya, y razón tenía por lo que tiene de expresión más hermosa del pensamiento filosófico que uno aporte y, en este caso, de llamada a la reflexión de lo que vivimos y de lo que construimos. Siempre creo se encontrará en mis poemas esa intención.